Dieciséis horas de trabajo al día por un mísero salario en Turquía, una parte de su recorrido por el Mediterráneo a nado... y diez años después de aquel calvario, los Juegos Olímpicos de París. Para el luchador refugiado Jamal Valizadeh, un sueño está a punto de cumplirse en julio.
En un centro de preparación universitaria en Saarbrücken (Alemania), muy cerca de la frontera francesa, el deportista con barba de dos días y con gafas de montura negra no puede disimular su alegría.
Su sueño olímpico, al que tantas veces había tenido que renunciar después de huir de su país, va al fin a materializarse, después de su clasificación para las pruebas de lucha grecorromana en el equipo Olímpico de Refugiados (EOR).
Valizadeh, que se vio obligado a salir de su país, Irán, cuando era estudiante y campeón de lucha grecorromana, reconoce a sus 33 años que no ha tenido un recorrido equiparable al de "otros deportistas".
Aunque no desea explayarse durante su entrevista sobre los motivos de su marcha de Irán, Jamal Valizadeh evoca su complicado periplo hasta la capital francesa, sin contacto con los suyos, sin poder verlos durante una década, hasta este año.
'MUCHÍSIMO SUFRIMIENTO' DE LUCHADOR REFUGIADO
Sin alardear de ello, recuerda haber "sufrido muchísimo". Su primera parada fue Turquía. "Trabajaba 16 horas al día, para tener sólo 1.000 dólares a los seis meses. (Los empleadores) me daban 300 dólares al mes y tenía que comprarme la comida".
Y como no disponía de papeles en regla, "abusaban, no me respetaban, me hablaban mal". "Fue realmente duro", recuerda, pero necesitaba ese dinero para proseguir su viaje.
En pleno invierno, cuando cruzaba el mar Mediterráneo en una patera, "con olas de hasta dos metros", el barco comenzó a inundarse de agua, él fue de los que lo abandonó, dando prioridad a mujeres y niños, y alcanzó la costa a nado a unos cuantos centenares de metros.
Llegó a Francia en 2016 y se dirigió primero a Calais (noroeste). "Me dijeron que allí había mucha gente como yo y sería más fácil lograr los papeles". Pero el destino puso a prueba al luchador Jamal Valizadeh. Y luchó, sin dinero, "para salvarse, para seguir vivo", rememora emocionado.
En Francia donde solicitó el estatuto de refugiado político que le fue concedido unos meses después, Jamal Valizadeh está convencido de que quiere seguir con la lucha y poder competir algún día a nivel internacional.
Para él, la lucha es un asunto de familia. De joven, era el único chico en la familia, entre sus 34 primos, que practicaba gimnasia y balonmano, pero no la lucha. Aunque luchaba por diversión cada tarde con ellos, hasta más adelante no se probaría más en serio, e impresionó al entrenador al "derrotar al campeón regional".
Jamal Valizadeh se proclamó campeón de Irán en la categoría de menos de 55 kilos tres años consecutivos, hasta 2013. Pero al huir del país, donde estaba amenazado, perdió "la esperanza de luchar a nivel internacional".
Sin embargo, ya con el estatuto de refugiado en la mochila Valizadeh recuperó en la localidad francesa de Ogy-Montoy-Flanville (norte) la ilusión que poco a poco había ido perdiendo.
Todas las decisiones de vida de este deportista fueron guiadas por esta disciplina. En los mismos gimnasios de lucha aprendió a hablar francés. "No pasé ni una sola hora en cursos de francés", sonríe.
Ahora, su objetivo "no es sólo ser un turista en los Juegos Olímpicos", sino "tener una medalla".
En Saarbrücken, donde entrena, el iraní está apoyado por entrenadores y patrocinadores. "Orgulloso" de haber logrado su clasificación para los juegos de París junto a 35 deportistas refugiados, afirma que le queda "una pequeña cosa para finalizar el trabajo. Tener una medalla".
Con información de Excelsior